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miércoles, 21 de septiembre de 2011

Colaboradores - "Un mundo maravilloso", Por Elisa Rodríguez Court


Colaboradores - EL QUINQUÉ. "Un mundo maravilloso", Por Elisa Rodríguez Court

Nada mejor que culpabilizar al sol de la infelicidad de cierta gente. Es un pensamiento que me asalta mientras leo Una vida absolutamente maravillosa, de Enrique Vila-Matas. Cuenta este escritor sobre el caso de un joven alemán, que, deslumbrado por el sol de un cálido e inusual otoño, se arrojó al vacío desde un séptimo piso. “Los terribles estragos del sol” es el titular del periódico que da cuenta del suceso. Un mero accidente –pienso-, causado por un sol injusto, a juzgar no solo por el encabezamiento de la noticia, sino también por las tajantes declaraciones, que, según Vila-Matas, realiza una vecina del chico: “No tenía motivo para hacerlo.”

“Fueron los malditos rayos solares los que cegaron y trastornaron al joven hasta conducirlo al suicidio”, habrá proclamado –pienso- la mayoría de los vecinos. Personas que conciben la felicidad en términos materiales y para las cuales el mayor sufrimiento es no alcanzar la medianía. Porque ¿acaso no es maravillosa la normalidad y su horda de idiotas consumistas? Tanto como para hacer grabar, bien visible, en la fachada de la propia mansión la siguiente inscripción: “El mundo es maravilloso.” Así procede otro de los personajes de Vila-Matas en este libro, un celoso padre de familia y pariente cercano a la vecina del joven deslumbrado por el sol, el suicida. La mansión se erige en el mismo paraje donde antaño se suicidó Heinrich von Kleist junto a Henriette Vogel, ambos destinados a la felicidad y no pudiendo encontrar el lugar donde vivirla.

Aunque Vila-Matas desentrañe con benévola ironía la normalidad y su promesa de vida feliz, el título de su libro es un homenaje a Marcel Duchamp. Cuenta aquel que este confesó a sus 79 años haber tenido “una vida absolutamente maravillosa”: ligera de equipaje y de espaldas a toda servidumbre. Una existencia que le permitió hacer algo distinto, incluso abandonarlo todo sin lamentar su renuncia. Así vivió este ilustre “anartista”, que, en palabras de Vila-Matas, dejó de pintar y se dedicó a buscar y encontrar la suerte de poder pasar a través de las gotas.
Sumario:  Fueron los malditos rayos solares los que cegaron y trastornaron al joven hasta conducirlo al suicidio.





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