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lunes, 28 de junio de 2010

EL QUINQUÉ de Elisa Rodríguez Court: JOSÉ SARAMAGO.


EL QUINQUÉ
Elisa Rodríguez Court

JOSÉ SARAMAGO

De pronto, se hace el silencio. Llega la noticia de la muerte de José Saramago y el mundo se para. Todo está inmóvil, como a la espera de algo. Pero nada. Calma y más calma, tan parecida a esa bandera ondeando sobre una casa vacía, de la que hablara Rilke, el poeta. Tarea difícil esta de darle nombre a la orfandad. Cómo pasar por alto, además, lo que aprendimos con Saramago: encarar la vida y la muerte y no dar la espalda sino a la estupidez y a la banalidad, a la ceguera de quienes ven sin mirar.

Llega la muerte de José Saramago y entonces es aún pronto para aferrarse a los recuerdos de su mirada diáfana, humana. Silencio, pues, y refugio bajo las alas de la poesía esencial de alguien como Rilke. También él se duele del mundo que está a la deriva, y lo escribe, así como Saramago nombra el dolor proclamando que escribe para desasosegar. ¿Saramago un pesimista? Él mismo responde que los únicos interesados en cambiar el mundo son los pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay. Es un optimista bien informado, dijo Pilar del Río hace muchos años.

El mundo va a la deriva como si cayese una estrella errante y nadie la viese, escribe Rilke. Como José Saramago, llama a no olvidar nunca formular los propios deseos. Tal vez no se cumplan, pero hay deseos a tan largo plazo que duran toda la vida y cuyo cumplimiento no podría esperarse. Hacen, eso, camino al andar.

Nos quedan los libros de José Saramago. Ahí está él, moviéndose entre las hojas, a nuestra espera. Antes habrá que despertar de su muerte para poder leerlo con esa entrañable distancia que proporciona la lectura consoladora de poetas como Rilke. Será verdad que un dolor reciente se cubre, mientras tanto, con otro dolor antiguo más curado.

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