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miércoles, 5 de enero de 2011

EL QUINQUÉ. Elisa Rodríguez Court. CARBÓN.

Elisa Rodríguez Court, Colaboradora y amiga.
EL QUINQUÉ.
Elisa Rodríguez Court.
CARBÓN.



Bajo los ojos de un niño, nada podrá la contemplación de una carroza rebosante de carbón contra el deseo de transgredir las prohibiciones. Precisamente ese miedo al castigo, simbolizado en el carbón, sirve de caldo de cultivo al niño para fantasear con las cosas prohibidas. Porque los más pequeños son expertos en comportarse correctamente y a la vez mantener intacto dentro de sí el deseo de desacatar las prohibiciones. No alcanzarán a entender que el carbón forma parte de esas oscuridades primeras a las que les sucederán otras a lo largo de la vida. Oscuridades hechas de pesadillas, cuyos protagonistas son fantasmas huidizos y perversos, insectos de patas enormes, roedores nauseabundos o el hombre del saco en persona. Tampoco sospecharán de esas oscuridades como aprendizaje de la postrera oscuridad, nuestra última meta. Quizá por eso se acuesten a diario con algún peluche o muñeco, un modo casi instintivo de desviarse del mundo de las amenazantes sombras.

Nada más lejos en un niño que el propósito de portarse mal con objeto de dañar a sus seres queridos. Una cosa son las travesuras y otra su lectura por parte de los adultos, afanados en lograr la personificación de la normalidad en los más pequeños. Los niños aprenden rápido a someterse a los maestros y los padres, pero también adquieren pronto la habilidad de atentar imaginariamente contra la escuela y de matar mentalmente a sus progenitores. Sus pensamientos se vuelven más libres en la medida en que más improbable sea su intención de llevar a cabo los planes ideados. Al fin y al cabo, en el ámbito imaginario no hay cabida para el miedo a las consecuencias de la ejecución de cualquier delito. Visto desde otra perspectiva, fantasear con delinquir convierte a los niños en verdaderos delincuentes.

Los límites están bien marcados y en el universo ideal de los niños no hay cabida para el carbón como castigo. Agradecido debe de estar el carbón de ser oro en el mundo de los sueños en que los niños son reyes.

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