EL QUINQUÉ
Elisa Rodríguez Court
PIEDAD
Si los mendigos dependieran de nuestra limosna, se morirían de hambre. Más difícil todavía lo tienen en la actualidad. Los drásticos recortes de los servicios sociales los torna aún más vulnerables. Sus hermanos se han vuelto de metal y plástico. Son los contenedores de basura en cuyo interior se alojan las sobras. Ellos las remueven con objeto de salvar lo que para los demás se ha vuelto insalvable. Por eso se les ve, en los momentos de búsqueda de alimento, solo de caderas para abajo. Introducidos hasta la cintura en el contenedor, hurgan en el fondo, rompen bolsas y palpan los restos de comida como mineros empeñados en la detección de piedras preciosas.
Hay mendigos que cuentan con la posibilidad de bucear en el fondo de los contenedores de supermercados. Desconozco los criterios que manejan los propietarios de los establecimientos alimenticios a la hora de permitir a ciertos mendigos acceder a las entrañas de sus contenedores. Puede que no sean ni tan siquiera mendigos, sino personas a las que el salario no alcanza o han quedado en paro. También en estos casos la intemperie se llama como ellas, aunque la simultaneen con una vida precaria bajo techo. En los contenedores de los supermercados se valen de los alimentos en condiciones de ser ingeridos pero oficialmente caducados. También de restos de comida limpia que, debido a la lógica dominante de la abundancia, se desecha.
Bien vestidos o desarrapados, a estos buscadores de la supervivencia se les ve hurgando entre la basura a plena luz solar. Por lo general, se muestran indiferentes ante los gestos de desaprobación que suscitan en gran parte del resto de los mortales. Ya se han familiarizado con esos movimientos de cabeza en señal de censura. También con la indiferencia que se vuelve piedad puntual, débil y sensiblera en estas fechas navideñas en que los niños llevan alimentos imperecederos a la escuela. Judías, garbanzos, arroz y lentejas destinados a los pobres que carecen de paladar para saborear caviar y turrones.
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