EL QUINQUÉ - Elisa Rodríguez Court
EL ABISMO
Sentado solo al borde del abismo contemplaba sus piernas colgando y oscilando como un péndulo. Recorrió con su mirada las paredes de tierra cerrándose poco a poco en el interior de aquel inacabable despeñadero. Como si se hallara en el malecón al filo del muelle, imaginaba en la profundidad del precipicio un mar sin fondo. De pronto desconocía en qué lado de la orilla se hallaba. Abajo iban cayendo como piedras de hielo, uno tras otro, sus sueños. Arriba quedaba él, cada vez más desnudo, casi una sombra. Eso le pareció al rato de haberse sentado en la cima del precipicio. Puede que el silencio hubiese contribuido en la percepción de su desnudez doliente. Despojo es la palabra, dijo para sus adentros, como si aquellos mendrugos de hielo rodando hacia el fondo del despeñadero le vaciaran poco a poco. Se llevaban consigo lo mejor de sí mismo. Al cabo advirtió que le crecía la barriga y le pesaba su cuerpo. Le habría costado levantarse. Le vino a la mente la imagen de los niños africanos de cabeza grande y de vientre inflado de aire.
Se veía a sí mismo extremadamente obeso y, a la vez, consumido, sin saber ya si arrojarse al vacío o ponerse en pie y retornar sobre sus pasos. No había pacto posible con el diablo. Arriba quedaba su existencia y abajo su vida.
Despertó sobre el sofá con El Palacio de los Sueños, obra de Ismaíl Kadaré, abierto entre los dedos de una mano. Durante su lectura pensó recomendar este libro en alguno de sus escritos de prensa. En él se concibe, a modo de alegoría del poder totalitario, un Estado que ejerce el control sobre los sueños y el inconsciente colectivo. Quiso levantarse y escribir una columna cuyo contenido se relacionara con el del libro. No alcanzó a redactarla, porque, sin darse cuenta, se encontró de nuevo sentado solo al borde del abismo, meciendo las piernas y con la mirada perdida.
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