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jueves, 27 de mayo de 2010

Extrañeza. Un artículo de Elisa Rodríguez Court.




EXTRAÑEZA
Elisa Rodríguez Court

Se ha perdido, en cierto modo, el sentido de la extrañeza. Se suceden acontecimientos en la arena de lo real que nos impresionan. La mayor parte de las veces estas sensaciones sacuden nuestro estado de ánimo, pero fugazmente, sin llegar a convertirse en pensamientos que difieran del discurso de la normalidad y de la lógica de nuestras visiones.

Determinados incidentes nos parecen tan normales en la vida cotidiana como insólitos nos resultan leerlos en una novela. Parece que la toma de distancia crítica frente al llamado mundo de lo real sea mayor en ese trecho corto que va de los ojos a la página y viceversa. Leemos en una obra de Sándor Márai que la imposibilidad de comprarse esmalte para las uñas era la mayor preocupación de una mujer que tuvo que protegerse de las bombas durante días en un sótano, y nos genera esa extrañeza necesaria para el disenso que no nos produce contemplar una cornada en la boca de un torero, después de atravesar su cuello el cuerno del toro. Nos resulta, en general, terrible, pero si supuestamente forma parte de la fiesta nacional liquidar al toro, también se acepta como eventualidad cualquier derrota del matador. En el caso de morir este, a su muerte se le concede el rango de lo heroico y de él se dirá que muere por arte o por gajes de la normalidad, según se mire.

Leemos en Dublinesca, la última novela de Enrique Vila-Matas, que una joven de Londres dejó una carta escrita en la que decía: “Voy a suicidarme, la comida de papá está en el horno”, y descubrimos un complot contra la normalidad en este pasaje irónico. Es también la extrañeza que provoca una escena de un libro de Julian Barnes en la que una mujer mayor alarmada por su decrepitud se angustia porque no podría hacerse la manicura si se quedara ciega.

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